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Desde el Imperio.

24.8.11

Prólogo




Tragó saliva con la mano apoyada en aquella pared de piedra fría y cerró los ojos al oír ese desagradable ruido volviéndolos a abrir descubriendo la intensidad de su mirada mientras - apartada del bullicio del gentío que ahora parecía empezar a disolverse ya ejecutado el reo - miraba la gente acercarse a ella y pasar por su lado como si nada. Cualquiera la confundiría con un mendigo... de hecho lo parecía por los atuendos que cubrían su pequeño cuerpo llevando una capa desgastada ya muy usada donde una capucha cubría su larga melena rubia y lisa dejando a la vista su rostro - joven y femenino - junto a un vestido de tela clara sin muchos adornos por no destacar la nulidad de estos.

Alguien pasó por su lado golpeándola al hombro haciendo que trastabillara ligeramente sin llegar a tocar el sucio suelo que pisaban sus botas de cuero, curtidas por el paso del tiempo:

- Lo siento... - murmuró sin ahínco ni animo, simplemente era cortesía para evitar males mayores.
Nada mas alejarse el viandante anónimo se tocó ligeramente el hombro, por suerte no había sido fuerte y no pasaría como otras veces donde le llegaban incluso a salir moratones - afortunadamente - no muy grandes ni visibles debido a su fragilidad.

Siguió con su mirada - casi alzada hacia el cielo infinito y pacífico - en la nada sumergida en sus pensamientos, se había acercado presa de la curiosidad y a medida que todo iba tomando forma se había quedado allí estática como un espectador mas con la esperanza de no destacar mucho ni llamar la atención.

Estuvo andando un buen rato a través de las calles un tanto dejadas y algunas de ellas abarrotadas de gente que iba y venia dándole alguno que otro golpe pues, debido a su estatura muchas veces no reparaban en ella. Su paso era rapido y huidizo evitando los grupos que se formaban en la calle y esquivando como podía algún que otro carruaje, hasta poder oler la llamada de la naturaleza, donde ella debería estar.




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